ComunaPeruPiura
Ayer nos dejó el reconocido colega Ricardo Castillo Ojeda, quien laboró durante estos últimos años en radio Cutivalú como jefe del servicio informativo.
Sus compañeros de trabajo lo recuerdan por sus graciosas ocurrencias y anécdotas. Además de jefe era un amigo, un maestro y un guía de muchas generaciones que pasaron por la radio; por eso creen que ahora será un ángel que los cuidará desde el cielo.
El "gato" Castillo era muy dedicado a su trabajo, trataba de hacer las cosas lo más perfecto posible, y era el que le daba el visto bueno a las informaciones que tenían que salir al aire.En su quehacer diario siempre tenía presente a su familia porque los amaba mucho. Todos ellos hoy lloran su partida al lado de Dios.
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Miguel Godos CurayPIURA La noticia de la prematura partida de Carlos Carrasco nos dejó sin aliento. Esa noche estuvimos acompañando a la familia toda la madrugada. Nos la pasamos conversando con Ricardo Castillo recordando todos esos momentos que nos tocó vivir en la Universidad de Piura.
Ahí con Marco Agurto, Carlos y Ricardo se animaban las cotidianas caminatas por los arenales que conducían a la UDEP. Caminar nos hizo bien y conversar conocernos mejor por dentro. Siendo estudiantes de periodismo provincianos nos movía la vocación, nos apasionaba el aroma de la tinta, nos enardecía la polémica y la lectura. Mucho aprendimos juntos. Para Ricardo el diseño gráfico, el periodismo y la práctica deportiva eran un ejercicio cotidiano.
Posteriormente con Carlos Ginocchio, César la Torre, Miguel Ross Morey , Lino Saavedra y Manolo Merino editamos la revista cultural Nova. Una estrella fugaz en el firmamento de la cultura piurana. En algún momento todos recalamos en la redacción de Correo donde ya eran parte del equipo Segundo Infante y Koko Zavala.
Como era previsible cada uno fijó su camino. Marco Agurto a Correo, Carlos se fue a El Tiempo, yo a la sierra, y Ricardo al CIPCA ahí desarrolló dos de sus pasiones el diseño gráfico y el periodismo deportivo.
Cuando el cubano Mario García era un gurú aún lejano de las artes gráficas en Piura. Ricardo, uno de sus ávidos seguidores, era toda una promesa de la edición en un momento en que los ordenadores no habían desarrollado toda esa enormidad de diseños e ilustraciones posibles.
Ricardo Castillo Ojeda -de Querecotillo- es un hombre metódico. Hombre de lecturas selectivas y de una preocupación muy sensible por la educación esmerada de sus hijos. Hombre fidelísimo a su familia y a su oficio.
Con Ricardo transcurrimos esa noche tratando de explicarnos ese acontecimiento humano que es la muerte y de la que los periodistas no estamos exentos porque así es la vida. Descubrimos que en el gremio hay dos tipos de periodistas los que le hacen cara y los que se resignan a encontrarse con ella a la vuelta de la esquina.
Son muchos más numerosos los periodistas que acuden a un encuentro furtivo e inesperado con ella. Ellos son parte de una contabilidad de ausencias en una lista escolar. Los otros la enfrentan palmo a palmo hasta el final.
Ricardo Castillo, enfrenta hoy una dura batalla contra el mal favorito de los apasionados de la noticia. De los que no dan tregua, de los que se resisten a un encuentro que acabe empatado 0 a 0 con la vida. Su lucha consume energías pero él tiene conciencia que este trance requiere el suficiente coraje humano para entender que está sudando la camiseta con la que aprendió a enfrentar todos esos desafíos que le colocó la existencia en el camino.
Quienes lo queremos como buen amigo estamos a su lado porque sabemos que ese calor humano -tan nuestro- es como ese impulso que enerva el espíritu de las multitudes en lo estadios, es como la expansión humana que provoca un cebiche de cachema de esa memorable Chepa Mena del Cipca.
O la enorme sinceridad humana de un apretón de manos del cura Juan Hernández. Me imagino una bulliciosa barra de un equipo bien unido alentando con garra y pundonor a su crack favorito. Están ahí los Brunos, los Maquis, los Migueles, los Luchos, los Rodolfos, Belia, Verónica, Gladys. Todos y todas con una sola camiseta verde.
Verde como el oasis bucólico de Querecotillo.Y ese crack de goles inteligentes con picardía busca la pelota, se hace uno con ella, se lleva a uno a dos y a tres hasta llegar al arco para su mejor gol aquel que permite que el balón con potente energía bese con velocidad de bólido las piolas. Entonces sudorosos, convertidos en un solo grito, todos levantan sobre los hombros al autor de esa proeza humana que se llama Ricardo con su sonrisa felina y sus bigotes de película.
Algunos dirán fue un gol de gato, ágil, audaz y valiente. Ser gato en Piura y en el Perú es una condecoración de honestidad y decencia en un país donde las ratas y los pericotes tienen partido propio, nombre propio, equipo propio y candidato propio.
Entonces Ricardo posará para las fotos con vocación de eternidad. Y nosotros tendremos que decirle a quienes más lo aman que este crack vale oro porque es grande, porque su lealtad es enorme, porque su mayor tesoro es su ejemplo y esa tenacidad de gladiador elemental pertenece a un hombre valiente.
Y cuándo nos pregunten de quién fue este estupendo gol en este estadio planetario de la dignidad y el decoro tendremos que decir con orgullo que fue de Ricardo Castillo.
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